DESDE NUESTRA CONDICIÓN HUMANA es más fácil darle la espalda a la luz divina, como Pilato hizo con la Verdad que tenía delante, que enfrentarse y ser interpelado y examinado por ella. (J.19.37-38; Heb.4.12-13). Los seres humanos estamos tan llenos de prejuicios e intereses de todo tipo, y condicionados por nuestras propias vivencias y cultura, que nos impiden volcarnos de forma seria y responsable a favor de la luz pura del evangelio de Jesucristo. Nuestras vivencias en un contexto de falta de la luz divina, aparejada siempre con el amor, la verdad y la justicia, nos hicieron ciegos, con el corazón endurecido a través de muchas capas de incredulidad a causa de desengaños, frustraciones, sinsabores y tantas cosas que lo han ido cubriendo, día tras día y año tras año… Las vidas de muchas personas son verdaderas tragedias personales que solamente ellos conocen. Y solamente por la gracia divina, ese corazón puede ser tocado, regenerado y transformado de acuerdo a la antigua promesa divina (Ezq.36.25-27; Jr.32.38-39)
Es por eso que Jesús afirmó en varias ocasiones que, para conocer la luz de Dios, haría falta “hacerse como un niño” (Lc.18.15-17) en vista de que, el orgullo, la incredulidad, la desconfianza, el recelo, etc., no podrá recibir nada de Dios.
“Hacerse como un niño”. No es fácil. Para una persona ya de cierta edad es pedirle que se olvide de todo lo vivido que ha conformado su carácter y forma de ser de aquella manera… y que vuelva a confiar “como un niño”, como cuando comenzó a vivir y era un ser inocente; como un libro en blanco donde poder escribir cosas buenas y bellas... No es fácil. ¡Más bien podríamos decir que es imposible!. Los muros de defensa que se han construido a lo largo de la vida no se derriban así como así, para quedar como desnudo y desamparado “como un niño”, sin defensa...
Sin embargo, Jesús insiste: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos y la revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (Mt.11.25-30); y vuelve a insistir: “De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. (Lc.18.17)
Muchos sabemos que solo cuando Dios nos llegó a tocar con su gracia es que fuimos impactados, reconociendo todas esas miserables “capas” de incredulidad que se habían ido acumulando en nuestro corazón a lo largo de nuestra vida y que, una vez tocados, en la medida que las capas iban siendo quitadas de nuestro corazón íbamos descendiendo en “edad” (con lágrimas, en muchos casos, como cuando quitas las capas de la cebolla –como alguien dijo-) hasta quedar a la altura de la condición de “un niño”. Y fue desde esa condición que pudimos confesar al Señor Jesús y entregar nuestras vidas a él. Así la luz nos alcanzó, nos interpeló, nos santificó, nos transformó y nos enseñó y nos enseña tantas cosas…
¡¿Cómo no darle toda la gloria a nuestro Dios?!
Por tanto, ¡venga! ¡no lo dejes más!. Pide al Dios del cielo que te haga “como un niño”, puesto que por ti mismo no lo vas a conseguir. Solicita su favor para poder recibir su gracia y ser tocado como él solo sabe hacerlo. ¡Amén!
By Angel Bea
Córdova-España