jueves, 13 de agosto de 2020

NUNCA ESTAMOS PREPARADOS...


lo suficiente para enfrentar algunas de las etapas por las cuales  podríamos  pasar a lo largo de nuestra vida; y hablo, en primer lugar, de mí mismo. Lo que podría provocar el comienzo de una etapa nueva, diferente y para la cual nos faltaría dicha preparación como hubiéramos deseado, podría ser una crisis económica o una enfermedad que no esperábamos; el tener que atender a un familiar que necesita dependencia; un dramático divorcio; la pérdida de un ser querido… y aun el peso de la edad que, casi sin darnos cuenta nos va llegando mucho más rápido de lo que esperábamos. 


Cuando somos "asaltados" por algún tipo de prueba así, no hemos de pedir como el rey David: “Hazme saber, Yawéh… cuán frágil soy”. (Sal.39.4) ya que la prueba nos lo dice de forma muy elocuente, directa y machacona. Da igual que sea por una causa o  por otra. Lo que puede dar comienzo a una nueva etapa que nos rompe todos los esquemas, nos cambia la vida y hasta nos prueba sin contemplaciones puede ser una de esas cosas mencionadas o varias a la vez. 


Esa es la razón por la cual hemos de reconocer y declarar con mucha humildad que en esas situaciones, dada nuestra debilidad, nuestras limitaciones e impotencia necesitamos ser más dependientes que nunca de la gracia de Dios y sin la cual podríamos acabar en naufragio espiritual, dejándonos también huellas en el plano emocional. Sin embargo, siempre nos queda la posibilidad, venida del mismo Dios, de ser asistidos y, en medio de la debilidad reconocer la operación del poder de Dios a nuestro favor. Pero también existe la posibilidad de, a pesar de lo que decimos, de que obviemos esa realidad y una vez pasada “la prueba”, nos quede un sentimiento de “no haber estado a la altura”, de “no haber hecho todo cuanto podía” cuando esto era lo que se esperaba de nosotros.  Pero aún así, la gracia de Dios no nos abandona, en tanto no nos prestamos al disimulo, ni negamos nuestra parte de responsabilidad en ello, sino que reconocemos la realidad de los hechos. Dios es mucho más comprensivo  de lo que somos nosotros unos para con otros,  siempre tan bien dispuestos para juzgar y condenar  a los demás.  La gracia de Dios siempre estará disponible para el que, con humildad se acerca al “trono de la gracia”: y esto, tanto  antes de la prueba, durante la prueba y después de la prueba. Tal vez, por eso se escribieron estas palabras:


“Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb.4.14-16)

(Ángel Bea)